martes, 27 de octubre de 2015

MIS VIVENCIAS LABORALES
CON EL DR. RAMIRO ARMIJO LOZANO
Ramon Mendoza H.
Revista Musunce No. 91

En el cuerpo de esta edición de MUSUNCE figura un interesante artículo de nuestro destacado pero no justamente valorado- periodista Hugo Ramón García, refiriéndose a destacados abogados somoteños que ejercieron en las décadas de los años cuarenta a sesenta, donde también hace mención a varias personas que laboramos como secretarios de los mismos.  Trabajé con varios abogados de esas décadas,  entre ellos los doctores: Ramiro Armijo Lozano, Gilberto Caldera Ráudez, Edgard Paguaga Midence y César Augusto García Corrales.

Secretario del doctor Ramiro Armijo Lozano
 
Me cupo el honor de haber laborado durante varios meses con el doctor Ramiro Armijo Lozano, lamentablemente cuando estaba en el ocaso de su existencia  y era prácticamente nulo en  su quehacer jurídico.  Y cuando digo el honor,  es porque me refiero a una de las figuras egregias de la jurisprudencia no solo en nuestra región, sino en nuestro país, porque quienes lo conocieron y compartieron con él en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de León, siempre llenos de justificada admiración,  dieron testimonio de la brillantez de su talento y gallarda personalidad.  Lamentablemente la terrible enfermedad del alcoholismo que lo atacó en forma despiadada, lo   aniquiló física y mentalmente, al grado de que cuando lo conocí era  un anciano prematuro y apenas una  difusa sombra de lo que otrora había sido.

Llegué a su oficina recomendado por mi abuelo Cipriano Mendoza, a quien la familia Armijo Lozano  le dispensaba mucho aprecio.  “Si es nieto tuyo, Cipriano,  debe ser muy bueno este muchacho”- le dijo el doctor a mi abuelo.   “-Aquí está esta máquina de escribir para que vaya practicando y cuando nos caiga un trabajito nos ganamos unos centavitos”, agregó en tono lleno de humildad el malogrado jurista y excelente persona.

La historia de la máquina de escribir
 
La máquina de escribir del doctor Armijo,  marca Underwood, era magnífica.  Aunque no cayera trabajo me daba gusto practicando pues en ese tiempo estudiaba mecanografía en la Escuela Mercantil del Norte- y así logré adquirir bastante velocidad y precisión en poco tiempo.
Noté como algo curioso que la máquina de escribir no se podía mover de su pesado  escritorio: estaba adherida a él por una especie de tuerca que la ensamblaba desde abajo.  Le pregunté por qué estaba así la máquina y él me explicó: que ya se le habían perdido varias máquinas, porque él las malvendía cuando andaba tomando  o se las habían llevado porque había dejado abiertas las puertas de la oficina.   De esa forma, me explicaba,  cuando él pretendía empeñar o vender la máquina, no podía porque estaba bien asegurada al escritorio que era muy pesado y que tenía talladas en las patas  unas garras de león, según recuerdo en la lejanía del tiempo.

Dando fe desde la cárcel
 
Un día llegaron unos clientes a formalizar una venta y se les hizo la escritura, la cual debían llegar al siguiente día a firmar.   Cuando llegué a la oficina a las ocho de la mañana no estaba el doctor a quien siempre encontraba a esa hora en la puerta,  aspirando con sabrosura el humo de su puro chilcagre y la Tere Armijo, su sobrina, que vivía en la misma casa me dijo que estaba preso por ebriedad, no por escándalo,  sino para que dejara la bebida, y que  ella había dado órdenes de que lo “encholparan”.  Fui a la bartolina y le dije que ya estaban  los clientes de la escritura  que habían pagado de adelantado- y él me dijo que pidiera permiso para que pudiera firmar él y los contratantes, lo que así se hizo.  Fue esa  la autorización sui géneris de un acto notarial de compraventa barrotes de por medio- , lo cual, por supuesto no se hizo constar en la escritura.

El trago nuestro de…..
 
Un día el doctor Ramiro Armijo Lozano  presentó un escrito ante el Juez Local don Marcial Díaz Hernández, que lo recibió con mucho respeto, pues ambos, ciudadanos somoteños y compañeros de bohemia tenían la cualidad de ser respetuosos con o sin tragos.  Efraím Espinoza,  que sustituía como Secretario del Juzgado ese día a don Santiago Hernández, le advirtió a don Marcial:
“-Mire, don Marcial, aquí está una circular de la Corte (Suprema de Justicia) donde consta que el doctor Armijo está suspendido.  Si le recibe ese escrito se puede meter a un clavo”.
“-Hombré, Efraím, vos recibile el escrito al doctor y dale trámite a lo que solicita; yo respondo.  Qué Corte ni que carambadas.  Además, mi estimado doctor tiene, como todo ciudadano, el  derecho a ganarse el trago nuestro de cada día”- aseveró con énfasis el  judicial.

Un hecho imperdonable
 
Cuando me encontraba practicando en la Underwood de don Ramiro, pasó un día de tantos  un amigo mío al que cariñosamente le llamábamos  Lapo Macho, por su pronunciada y encorvada nariz y me dijo que él también quería practicar para ejercitarse en la mecanografía, pues le gustó mucho la máquina que la sintió “sabrosa para teclear”.  Yo en ese entonces tenía quince años y el Lapo andaba por los veinte y ya era corridito en la libación  de los taconazos “desde whiskey hasta lijón, porque con los dos siempre iba hasta jom”- afirmaba campechanamente.
Le dije al doctor sobre el muchacho que quería practicar y se lo recomendé como buena persona, por lo cual él no puso ningún reparo.   Además, le dije al doctor, cuando yo no pueda venir por algún motivo, él estará cuidando la oficina por si acaso viene algún cliente.

Resulta que un día no asistí a la oficina porque me enfermé y al llegar a la mañana del día siguiente, encontré enojado al doctor, que por primera y única vez me regañó, pues me puso la queja de que mi recomendado  le había bebido una botella de licor (guarón), que había dejado en la gaveta del escritorio.   Le pregunté por qué estaba seguro de que el muchacho se la había bebido y él me respondió: -Si es que lo encontré bolo con la botella sobre el escritorio.   - Esto es el colmo- se quejó el doctor- a mí me han llevado máquinas, engrapadoras, borradores,  lápices y todo lo he perdonado, pero que me hayan bebido mi guaro que tanto necesito, ¡eso no lo perdono!- me dijo en tono de serio reproche.

Estas han sido algunas de las anécdotas que me tocó vivir con ese hombre de talento  deslumbrante en su juventud, que pudo llegar a ser un magistrado de lujo en la Corte Suprema de Justicia o Ministro de cualquier cartera,  pero  que víctima del terrible flagelo del alcoholismo pasó los últimos años de su  vida en un entorno  de miseria material y espiritual y  grandes sufrimientos, contrario a lo que debió ser en una persona con su elevada  formación académica y reconocida hombría de bien.