ABOGADOS Y NOTARIOS
QUE DEJARON HUELLA EN SOMOTO
Hugo Ramón García • Revista Musunce No. 91
Se acostumbra decir, siguiendo las normativas del refrán popular, “que a las personas se le valora hasta que se pierden”. Esta afirmación es muy común en los humanos y más particularmente, en nosotros los nicaragüenses, pero al final somos concisos en aceptar las cosas por su propia naturaleza, tal como suelen presentarse.
El tener reconocimientos afines hacia los demás es una muestra de lo que sentimos y pensamos acerca de los dones y atributos que les asisten, y nunca puede ser tarde, aunque esos valores ya no figuren materialmente en el medio que se desenvolvieron. NO podemos ni debemos fincarnos en el egoísmo para no darle a cada quien lo suyo, pues los preceptos de la justicia en este sentido precisamente tienen su fundamento en ofrecer un juicio real y objetivo que se apoye necesariamente en la verdad.
Ahora, al calor de los nuevos tiempos, en los cuales la carrera del Derecho ha venido opacándose, estimo oportuno hacer una diferencia, por así decirlo, entre aquellos juristas del ayer que tuvo nuestra ciudad y los que hoy, de la noche a la mañana, con estudios incompletos, se gradúan en Universidades que no cuentan en su haber intelectual con la calidad académica indispensable. No trato por supuesto de desestimar el esfuerzo de ellos, pero se entiende que el Derecho, como toda carrera profesional, tiene que cultivarse celosamente, es decir, que el abogado moderno no abandone los libros, ni los códigos apenas le extiendan un título, o que la Corte Suprema lo incorpore como tal, y comienza a litigar en los juzgados de su jurisdicción.
El abogado de esta época, debe seguir siendo un estudioso del Derecho, no arrinconar los libros en una biblioteca o exhibirlos para nunca más abrirlos; su visión tiene que ir más allá, nutriendo su acervo intelectual con abundancia de conocimientos en las leyes que cada día se vuelven nuevas para actualizarse con estas últimas y dar crédito en la búsqueda de una aceptable ilustración.
Somoto, por conceptos de historia, tuvo en el pasado, abogados de formidable talento jurídico, egresados de las augustas aulas universitarias de León, donde motivados por la juventud y el deseo de su apropiada superación, supieron con atinado suceso asimilar las sabias enseñanzas de sus laureados maestros.
Estos profesionales de las leyes, que más tarde dieron cátedras de Derecho, hoy Somoto los extraña
y les rinde a su memoria el caro tributo del reconocimiento ciudadano que se merecen. Cómo no sentir la ausencia del notario, muy destacado en la Cartulación de Justo Rufino Huete; la brillante capacidad del Dr. Ramiro Armijo Lozano, graduado de honor junto con el recordado ex -presidente de Nicaragua Dr. René Schick Gutiérrez; la honradez profesional del Dr. César Augusto García Corrales y de José del Carmen Gutiérrez Rocha; la preclara jurisprudencia del Dr. Rafael Antonio Díaz Alfaro, quien por su indiscutible talento y para orgullo de Somoto, llegó a ser en distintos períodos Magistrado Presidente de la entonces bien renombrada Corte Suprema de Justicia. La probidad moral en el exacto cumplimiento del Derecho del Dr. Gilberto Caldera Ráudez, quien además de ser un buen litigante, en los frondosos años de su carrera, tuvo por escudo la meridiana honradez que le distinguía; o también la destacada inteligencia de Rodolfo Emilio Fiallos, un jurista de nota que sembró buenos precedentes en el ejercicio del Derecho.
Entre los abogados que ejercieron en esa época figura el doctor Edgard Paguaga Midence, originario de Ocotal, que fijó su residencia en Somoto durante casi treinta años, al contraer matrimonio con Rosalinda López Núñez. El doctor Paguaga Midence además del ejercicio de su profesión se dedicó a la agricultura y fue en determinado periodo diputado por el departamento de Madriz. Es digno reconocer que en su periodo legislativo realizó las gestiones para que al Instituto Nocturno de Somoto se le asignara presupuesto por parte del Ministerio de Educación y se retribuyera el trabajo de los maestros que laboraron gratuitamente durante dos años.
Por qué no traer a estas páginas la diligente ejecutoria penalista de Felipe Santiago Roque Idiáquez, en los tiempos lejanos de su profesión, conjuntamente con la destacada oratoria que usaba en los tribunales de conciencia, o asimismo la independencia de criterio que lo rigió en sus funciones siendo Juez de Distrito de esta comprensión departamental. Era a carta abierta, abogados con mucho estudio, cuya capacidad la supieron conservar de patrimonio para garantía de sus mismas carreras, a las cuales les dieron con entusiasta perseverancia lo mejor de sus aportes.
Cómo no añorar aquellos formidables alegatos que se daban en los pasillos del Juzgado frente a un tribunal de jurados defendiendo o acusando a un procesado. Eran verdaderas lecciones de Derecho que han quedado impregnadas en el tiempo porque la hacían legítimos juristas que daban mérito de lo que sabían y lo manejaban con el acierto necesario que sus ilustrados criterios jurídicos se lo indicaban. Épocas en que el talento era la parte medular de la cual se asociaban estos abogados de antaño para asumir sus responsabilidades profesionales. Tiempos que no volverán y solo queda la complacencia personal de haberlos vivido, y, finalmente en esta galería de respetables figuras del Derecho que tuvo Somoto, no podemos obviar, o dejar olvidado en el tintero de las anotaciones al Dr. Efraím López del Valle, abogado de exquisita cultura que hizo de las leyes un auténtico apostolado, dedicándole tiempo completo a esta encomiástica profesión donde dejó sentada la elocuencia de su capacidad como testimonio de su personalidad.
A propósito de este importante tema, es justo tomar en cuenta a los competentes secretarios de los Abogados y de los Juzgados de Somoto en ese tiempo. Personas esforzadas que, con meridiana disciplina, dieron muestra de su capacidad intelectual y que fueron elementos de confianza para los profesionales del Derecho.
Para ser exactos en la historia, he de citar a los hermanos José Benito y Ramón Ignacio Mendoza Herrera, Otilio López, Efraín Espinoza Pérez, Ramón Arsenio López Ruiz, Alberto Carazo Garmendia, Salvador Pérez Bonilla, Trinidad Vílchez; y hablando de las damas secretarias a Silvia Carranza Vílchez y Salvadora Vílchez Mongalo. También a Camilo Aguilera Morazán, commpetnte oficinista somoteño que cuando se organizó en Estelí, en la década del 70´s, el Tribunal de Apelaciones, fue nombrado Secretario de una de las salas de esa institución
Fueron ellos precisamente, factores humanos determinantes en las buenas funciones de las oficinas de Leyes donde les correspondió trabajar, dejando excelentes testimonios de lo que significa la capacidad cuando se sabe cultivar para la superación personal.
Vaya para ellos, a su morada perpetua, para algunos, la flor de la gratitud personal en homenaje a los buenos recuerdos que dejaron a su paso por esta vida pasajera.