EL LEGADO CULTURAL
EN NUESTRO SOMOTO DE
MARCELA GARZA DE PADILLA
Por Ramón Mendoza H.
Revista Musunce No. 14, Junio 2008
SU LLEGADA A SOMOTO
En 1956, los jóvenes Juan Rafael Padilla Rodríguez, somoteño
y Marcela Garza Chávez, mejicana, estudiantes de la carrera de Ciencias
Políticas en la UNAM, contrajeron matrimonio en Méjico. Vinieron a Somoto a principios de 1957, “por
un tiempo corto”, con el propósito de culminar sus estudios luego de esa
“temporada”, que no fue tal, pues a
decir verdad, se establecieron en Somoto por un período de 25 años, -“la más
hermosa época de mi vida”- anota Marcela en sus Memorias, que precisamente
reflejan ese período, en el cual procrearon el prolífico fruto de su unión
matrimonial: 7 hijos; 6 varones: Rafael Antonio, Renato Alberto, Rodolfo
Arturo, Róger Alonso, Raúl Alejandro,
Rubén Agustín, y una mujer: Clara
Aurora.
Acostumbrada a las comodidades de la vida en la capital
azteca, Marcela enfrentó el reto de adaptarse a las limitaciones del Somoto
de 1957: sin servicio de agua
potable, ni luz eléctrica (sólo 4 horas por la noche); sin hospital, apenas con
un incipiente servicio en el centro de salud;
sin una sola calle adoquinada.
Con deficientes comunicaciones, la más rápida era el telegrama; el
teléfono público, primitivo: era una
hazaña conseguir una llamada a Managua,
y la carretera a Managua sin pavimentar, lo que tornaba el viaje en una
cansada y tortuosa experiencia que duraba casi todo el día. Un autobús hacía un viaje de Somoto a la
capital, en el mismo horario en que su homólogo lo hacía a la inversa; salían a
eso de las 8 y media de la mañana y llegaban a las 4 de la tarde, pues
entraban a todos los poblados aledaños a la carretera y hacían paradas
hasta de media hora, como la de Estelí,
que era la principal.
Ese fue el ambiente que enfrentó la recién casada joven, a
punto de cumplir sus 21 años y que con indoblegable porfía, sustentada en el
amor a su consorte y a sus hijos, logró hacerlo suyo y adaptarse, con extraordinaria rapidez, hasta convertirse
en una somoteña más, que hoy en su México natal añora el cuarto de siglo vivido
en este terruño, en el cual dejó un imborrable legado cultural, que quienes lo
conocemos, admiramos y reconocemos en todo su valor
SU GRAN APORTE
CULTURAL
Ya
adaptada al ambiente pueblerino de Somoto,
Marcela Garza se fue incorporando a las diferentes actividades de la
comunidad y en el año 1967 fundó su primera institución educativa: “El Jardín
de Infantes Marcela”, de educación preescolar, el que se estableció en la casa
donde actualmente habita don José Santos Padilla, muy cerca de su residencia,
que era la de su suegro don Rafael Padilla Sandres, donde actualmente está el
Restaurante “El Almendro”.
Posteriormente
fundó el Colegio República de México, centro que logró gran prestigio en la
ciudad y en el que se impartía educación primaria completa y se procuraba una
formación integral. Sus hijos e hija cursaron
estudios en ambos establecimientos educativos.
LA ACADEMIA DE DANZA
MARCELA
En
1971, recuerda Marcela que preparó, en el Colegio República de México, la presentación de una polka rusa para el
acto dedicado a las Madres el 30 de mayo, en el cual incluyó a su hija
Claraurora, niñita de preescolar, que vio cumplido su deseo de actuar con los
alumnos grandes (los de primaria). Las
mamás, encantadas de la presentación sugirieron a Marcela que les impartiera clases
de baile a sus hijas y ella aceptó el reto.
Así nació la Academia
de Danza Marcela que empezó con 7 niñas pequeñas, incluyendo a su hija. Poco a poco se fueron incorporando las
chavalas más grandes, las de primaria, luego los varones de primaria, e
incluso, varios muchachos y muchachas
que cursaban su bachillerato en el Instituto Nacional de Madriz. Las clases de la Academia se impartían de 4
de la tarde a 9 de la noche; cansado horario que permitía la atención del
heterogéneo alumnado, en función de sus horarios en educación formal.
El prestigio de la Academia creció como la espuma. Cada 31 de octubre se presentaba una revista
musical que el público esperaba con gran avidez, pues ofrecía un atractivo muestrario de talento y
creatividad: se bailaba música nicaragüense, mexicana, vals, tango, charleston
y ballet, al principio muy sencillo, pero con el tiempo lo bailaban
perfectamente de puntas. Para la presentación de cada revista en octubre
empezaban a ensayar desde el mes de junio a fin de brindar la mejor actuación.
Reconoce, y agradece
Marcela, el apoyo que recibió de los padres, siempre dispuestos a
costear los gastos de los trajes, que eran confeccionados por Vera Nye Mosher,
esposa del doctor Carlos Herrera y Consuelo de Álvarez, esposa de
Francisco Álvarez, bautizado por los somoteños como “Chico Banco”, porque era
funcionario del Banco Nacional en Somoto.
También valioso era el aporte de la familia Fiallos: doña Rosa María,
don Moncho y Luis Manuel, que confeccionaban los penachos, sombreros, bastones,
con mucha habilidad y sobre todo ingenio, porque en este medio no existían los
materiales para su elaboración, pero
ellos se las arreglaban y siempre
les quedaban muy bonitos.
Como las presentaciones se hacían en el cine, Marcela y
Consuelo confeccionaron un telón para tapar la pantalla. El telón se decoraba con dibujos hechos
en papel de empaque, que después se pegaban con engrudo. Marcela era la pintora de la brocha gorda y
Consuelo la profesional, con decoraciones pictóricas alusivas a temas de la
revista. Al final de un arduo trabajo, agachadas, pintando, durante muchos días
y muchas horas, el telón quedaba muy
bonito y, ¡vaya! sí que le daba categoría al escenario.
Recuerda en sus Memorias Marcela: “Yo cuando venía a México
llevaba los zapatos primero de media punta y más tarde los de punta; llevaba
las cosas que se utilizaban en los bailes mexicanos y para que vieran cómo eran
los vestidos y los pudieran confeccionar, llevaba libros que vendían en las
presentaciones que hacía Amalia Hernández en Bellas Artes”.
Al principio su esposo Rafael les hizo unas cajas largas de
madera en las que puso 3 reflectores en cada una para proyectar los efectos de
luz; Róger, su hijo y el Chele, su
sobrino, les ponían papel celofán que
cambiaban de acuerdo con el color que se necesitara para lograr mayor
vistosidad en el espectáculo. Ya más
tarde compró en México reflectores profesionales y al final hasta luces negras
tenían.
EL INFALTABLE “CHAS”
El jefe
de sonido en las presentaciones de la Academia era don Carlos Mejía Fajardo, el
legendario “Chas Mejía”, a quien Marcela
describe como perfeccionista, pues
grababan y volvían a grabar, cuantas veces fuera necesario hasta que todo
quedara acorde con su exigente gusto;
tenía muy buenos aparatos de sonido y era experto en la materia. “Todo eso-
anota Marcela- lo hacíamos en muchas y largas sesiones nocturnas, pues él
trabajaba en la Aduana y sólo a esas horas podía hacerlo. Su ayuda fue muy
valiosa y nunca cobró; siempre estuvo con nosotros en cada presentación
acompañado de doña Elsa, su querida esposa”.
Agrega sobre el “Chas”: “Decían
que tenía muy mal carácter, pero para mí fue siempre alguien muy querido y
hasta la fecha después de muchos años de haberse ido, yo siempre lo guardo en
un pedacito muy especial en mi corazón, lo mismo que a doña Elsa, que ha sido
una persona muy querida para mí”.
APOGEO DE LA ACADEMIA
La
revista anual que cada 31 de octubre presentaba la Academia fue cobrando
rápidamente extraordinaria notoriedad y cuando se presentaba en Somoto, se
abarrotaba el cine de somoteños y de personas que venían de otras ciudades como
Ocotal, Condega y Estelí. Con el tiempo las presentaciones se fueron
realizando fuera de Somoto, pues el público de otras ciudades las demandaba.
En su
mejor momento la Academia hizo una presentación en el Teatro Nacional “Rubén
Darío”, de Managua. Recuerda Marcela que en esa ocasión bailaron Ricardo
Cuevas, Raúl Alejandro Padilla, Rosana Espinoza. El último baile lo interpretaron los hermanos
Cuevas, Ricardo y Libertad. Posteriormente en un programa de televisión que se
presentaba mensualmente con bailes regionales de distintos países, se invitó a
la Academia de Danzas Marcela que presentó bailes regionales de México,
constituyendo un rotundo éxito.
En las
revistas anuales Marcela participaba con los alumnos en algunos bailes y era la
animadora y narradora de la síntesis de cada danza que se presentaba. Alba Morales era la encargada del vestuario y
ayudaba a los muchachos a vestirse rápido para que no hubiese espacios vacíos
en la velada; ellos y ella adquirieron una pericia increíble para cambiar de
traje con rapidez.
Al principio,
el bailarín principal era Ricardo Cuevas, con grandes dotes para la danza; al
cabo de cierto tiempo Marcela pensó que estaba sobrado para estar en la
Academia, por lo cual le consiguió una beca en México por medio de su amigo
Raúl Valdez; estudió 6 años, primero
ballet clásico y contemporáneo en Bellas Artes y por último fue bailarín
en la Universidad de Jalapa, Veracruz.
Cuando
Ricardo estaba adelantado en sus estudios, Marcela aprovechaba cada viaje que
hacía a México para recibir clase de él y de esa manera se mantenía actualizada
en la materia. Marcela y su hijo
Rodolfo, recibieron un curso de ballet
folklórico para enriquecer sus conocimientos; lo aprovecharon plenamente, sobre todo Rodolfo,
que además del gusto que sentía por el curso, le encantaba la maestra que lo
impartía, de tal manera que resultó un magnífico alumno.
El 31
de octubre de 1981 se presentó por última vez la revista musical de la Academia
de Danza Marcela. Luego de 10 años de
tesonero esfuerzo y de haberse consolidado como institución, la Academia que
empezó con 7 niñitas, se despedía de su público con una verdadera constelación
de niños, jóvenes y adolescentes, 70 en total, que nos deleitaron durante una
inolvidable década con el fruto de su esfuerzo y de su formidable talento
artístico.
Esto es
una síntesis de la profunda huella que en el campo cultural, como precioso
legado, nos dejó Marcela Garza, que por
su parte se llevó grabada con caracteres
indelebles una imborrable huella en el
corazón de su querido Somoto.