martes, 15 de septiembre de 2015

EL LEGADO CULTURAL
EN NUESTRO SOMOTO DE
MARCELA GARZA DE PADILLA

Por Ramón Mendoza H.
Revista Musunce No. 14, Junio 2008





SU LLEGADA A SOMOTO
En 1956, los jóvenes Juan Rafael Padilla Rodríguez, somoteño y Marcela Garza Chávez, mejicana, estudiantes de la carrera de Ciencias Políticas en la UNAM, contrajeron matrimonio en Méjico.  Vinieron a Somoto a principios de 1957, “por un tiempo corto”, con el propósito de culminar sus estudios luego de esa “temporada”, que no fue tal, pues  a decir verdad, se establecieron en Somoto por un período de 25 años, -“la más hermosa época de mi vida”- anota Marcela en sus Memorias, que precisamente reflejan ese período, en el cual procrearon el prolífico fruto de su unión matrimonial: 7 hijos; 6 varones: Rafael Antonio, Renato Alberto, Rodolfo Arturo, Róger  Alonso, Raúl Alejandro, Rubén Agustín,  y una mujer: Clara Aurora.
Acostumbrada a las comodidades de la vida en la capital azteca, Marcela enfrentó el reto de adaptarse a las limitaciones del   Somoto  de  1957: sin servicio de agua potable, ni luz eléctrica (sólo 4 horas por la noche); sin hospital, apenas con un incipiente servicio en el centro de salud;  sin una sola calle adoquinada.  Con deficientes comunicaciones, la más rápida era el telegrama; el teléfono público,  primitivo: era una hazaña conseguir una llamada a Managua,  y la carretera a Managua sin pavimentar, lo que tornaba el viaje en una cansada y tortuosa experiencia que duraba casi todo el día.  Un autobús hacía un viaje de Somoto a la capital, en el mismo horario en que su homólogo lo hacía a la inversa; salían a eso de las 8 y media de la mañana y llegaban a las 4 de la tarde, pues entraban  a todos los poblados  aledaños a la carretera y hacían paradas hasta de media hora, como la de  Estelí, que era la principal.
Ese fue el ambiente que enfrentó la recién casada joven, a punto de cumplir sus 21 años y que con indoblegable porfía, sustentada en el amor a su consorte y a sus hijos, logró hacerlo suyo y adaptarse,  con extraordinaria rapidez, hasta convertirse en una somoteña más, que hoy en su México natal añora el cuarto de siglo vivido en este terruño, en el cual dejó un imborrable legado cultural, que quienes lo conocemos, admiramos y reconocemos en todo su valor

SU GRAN APORTE CULTURAL
                Ya adaptada al ambiente pueblerino de Somoto,  Marcela Garza se fue incorporando a las diferentes actividades de la comunidad y en el año 1967 fundó su primera institución educativa: “El Jardín de Infantes Marcela”, de educación preescolar, el que se estableció en la casa donde actualmente habita don José Santos Padilla, muy cerca de su residencia, que era la de su suegro don Rafael Padilla Sandres, donde actualmente está el Restaurante “El Almendro”.
                Posteriormente fundó el Colegio República de México, centro que logró gran prestigio en la ciudad y en el que se impartía educación primaria completa y se procuraba una formación integral.   Sus hijos e hija cursaron estudios en ambos establecimientos educativos.

LA ACADEMIA DE DANZA MARCELA
                En 1971, recuerda Marcela que preparó, en el Colegio República de México,  la presentación de una polka rusa para el acto dedicado a las Madres el 30 de mayo, en el cual incluyó a su hija Claraurora, niñita de preescolar, que vio cumplido su deseo de actuar con los alumnos grandes (los de primaria).  Las mamás, encantadas de la presentación sugirieron a Marcela que les impartiera clases de baile a sus hijas y ella aceptó el reto.
 Así nació la Academia de Danza Marcela que empezó con 7 niñas pequeñas, incluyendo a su hija.  Poco a poco se fueron incorporando las chavalas más grandes, las de primaria, luego los varones de primaria, e incluso, varios  muchachos y muchachas que cursaban su bachillerato en el Instituto Nacional de Madriz.  Las clases de la Academia se impartían de 4 de la tarde a 9 de la noche; cansado horario que permitía la atención del heterogéneo alumnado, en función de sus horarios en educación formal.
El prestigio de la Academia creció como la espuma.  Cada 31 de octubre se presentaba una revista musical que el público esperaba con gran avidez, pues ofrecía  un atractivo muestrario de talento y creatividad: se bailaba música nicaragüense, mexicana, vals, tango, charleston y ballet, al principio muy sencillo, pero con el tiempo lo bailaban perfectamente de puntas. Para la presentación de cada revista en octubre empezaban a ensayar desde el mes de junio a fin de brindar la mejor actuación.
Reconoce,  y  agradece  Marcela, el apoyo que recibió de los padres, siempre dispuestos a costear los gastos de los trajes, que eran confeccionados por Vera Nye Mosher, esposa  del doctor Carlos  Herrera y Consuelo de Álvarez, esposa de Francisco Álvarez, bautizado por los somoteños como “Chico Banco”, porque era funcionario del Banco Nacional en Somoto.  También valioso era el aporte de la familia Fiallos: doña Rosa María, don Moncho y Luis Manuel, que confeccionaban los penachos, sombreros, bastones, con mucha habilidad y sobre todo ingenio, porque en este medio no existían los materiales para su elaboración, pero  ellos se las arreglaban y  siempre les quedaban muy bonitos.
Como las presentaciones se hacían en el cine, Marcela y Consuelo confeccionaron un telón para tapar la pantalla.  El telón se decoraba con dibujos  hechos  en papel de empaque, que después se pegaban con engrudo.  Marcela era la pintora de la brocha gorda y Consuelo la profesional, con decoraciones pictóricas alusivas a temas de la revista. Al final de un arduo trabajo, agachadas, pintando, durante muchos días y muchas horas,  el telón quedaba muy bonito y, ¡vaya! sí que le daba categoría al escenario.
Recuerda en sus Memorias Marcela: “Yo cuando venía a México llevaba los zapatos primero de media punta y más tarde los de punta; llevaba las cosas que se utilizaban en los bailes mexicanos y para que vieran cómo eran los vestidos y los pudieran confeccionar, llevaba libros que vendían en las presentaciones que hacía Amalia Hernández en Bellas Artes”.
Al principio su esposo Rafael les hizo unas cajas largas de madera en las que puso 3 reflectores en cada una para proyectar los efectos de luz; Róger, su hijo  y el Chele, su sobrino,  les ponían papel celofán que cambiaban de acuerdo con el color que se necesitara para lograr mayor vistosidad en el espectáculo.  Ya más tarde compró en México reflectores profesionales y al final hasta luces negras tenían.

EL INFALTABLE “CHAS”
                El jefe de sonido en las presentaciones de la Academia era don Carlos Mejía Fajardo, el legendario “Chas Mejía”, a  quien Marcela describe como  perfeccionista, pues grababan y volvían a grabar, cuantas veces fuera necesario hasta que todo quedara acorde con su exigente  gusto; tenía muy buenos aparatos de sonido y era experto en la materia. “Todo eso- anota Marcela- lo hacíamos en muchas y largas sesiones nocturnas, pues él trabajaba en la Aduana y sólo a esas horas podía hacerlo. Su ayuda fue muy valiosa y nunca cobró; siempre estuvo con nosotros en cada presentación acompañado de doña Elsa, su querida esposa”.  Agrega  sobre el “Chas”: “Decían que tenía muy mal carácter, pero para mí fue siempre alguien muy querido y hasta la fecha después de muchos años de haberse ido, yo siempre lo guardo en un pedacito muy especial en mi corazón, lo mismo que a doña Elsa, que ha sido una persona muy querida para mí”.

APOGEO DE LA ACADEMIA
                La revista anual que cada 31 de octubre presentaba la Academia fue cobrando rápidamente extraordinaria notoriedad y cuando se presentaba en Somoto, se abarrotaba el cine de somoteños y de personas que venían de otras ciudades como Ocotal, Condega y  Estelí.  Con el tiempo las presentaciones se fueron realizando fuera de Somoto, pues el público de otras ciudades las demandaba.
                En su mejor momento la Academia hizo una presentación en el Teatro Nacional “Rubén Darío”, de Managua. Recuerda Marcela que en esa ocasión bailaron Ricardo Cuevas, Raúl Alejandro Padilla, Rosana Espinoza.  El último baile lo interpretaron los hermanos Cuevas, Ricardo y Libertad. Posteriormente en un programa de televisión que se presentaba mensualmente con bailes regionales de distintos países, se invitó a la Academia de Danzas Marcela que presentó bailes regionales de México, constituyendo un rotundo éxito.

                En las revistas anuales Marcela participaba con los alumnos en algunos bailes y era la animadora y narradora de la síntesis de cada danza que se presentaba.  Alba Morales era la encargada del vestuario y ayudaba a los muchachos a vestirse rápido para que no hubiese espacios vacíos en la velada; ellos y ella adquirieron una pericia increíble para cambiar de traje con rapidez.
                Al principio, el bailarín principal era Ricardo Cuevas, con grandes dotes para la danza; al cabo de cierto tiempo Marcela pensó que estaba sobrado para estar en la Academia, por lo cual le consiguió una beca en México por medio de su amigo Raúl Valdez; estudió 6 años, primero  ballet clásico y contemporáneo en Bellas Artes y por último fue bailarín en la Universidad de Jalapa, Veracruz.
                Cuando Ricardo estaba adelantado en sus estudios, Marcela aprovechaba cada viaje que hacía a México para recibir clase de él y de esa manera se mantenía actualizada en la materia.  Marcela y su hijo Rodolfo, recibieron  un curso de ballet folklórico para enriquecer sus conocimientos; lo  aprovecharon plenamente, sobre todo Rodolfo, que además del gusto que sentía por el curso, le encantaba la maestra que lo impartía, de tal manera que resultó un magnífico alumno.
                El 31 de octubre de 1981 se presentó por última vez la revista musical de la Academia de Danza Marcela.   Luego de 10 años de tesonero esfuerzo y de haberse consolidado como institución, la Academia que empezó con 7 niñitas, se despedía de su público con una verdadera constelación de niños, jóvenes y adolescentes, 70 en total, que nos deleitaron durante una inolvidable década con el fruto de su esfuerzo y de su formidable talento artístico.
                Esto es una síntesis de la profunda huella que en el campo cultural, como precioso legado,  nos dejó Marcela Garza, que por su parte  se llevó grabada con caracteres indelebles una imborrable huella en el  corazón de su querido Somoto.